jueves, 23 de julio de 2015

Experimentos en utopías

  Al valorar la probabilidad de que existan avanzadas civilizaciones tecnológicas en cualquier punto de la Galaxia, nos encontramos con que el hecho o factor más importante es precisamente aquel sobre el cual menos sabemos:  el tiempo de vida de tal civilización.  Si las civilizaciones se destruyen a sí mismas rapidamente tras haber alcanzado la fase tecnológica, en cualquier momento dado -como ahora- pueden existir muy pocas con las cuales entrar en contacto.
  Sí, por otra parte, una pequeña parte de esas civilizaciones saben vivir con armas de destrucción masiva y evitan tanto las catástrofes naturales como las autogeneradas, entonces puede llegar a ser muy grande el número de civilizaciones con las que poder comunicarnos en cualquier momento.
  Esta evaluación o, más bien, simple razonamiento, es precisamente el que hace nos preocupe el tiempo de vida de tales civilizaciones.  Y, por supuesto, todavía hay una razón aún más poderosa.  Debido a causas, esta vez de carácter personal, esperamos que el tiempo de vida de nuestra civilización sea largo.
  Probablemente no hay ninguna época en la historia de la Humanidad que haya sufrido tantas variaciones y cambios como en la presente.  Hace doscientos años se enviaba la información de una ciudad a otra empleando un medio  no más rápido que el simple caballo.   Hoy día, tal información se puede transmitir por teléfono celular o internet entre tantos otros medios, a la velocidad de la luz.  En doscientos años, la velocidad de comunicación ha aumentado mediante un factor de treinta millones.  Creemos que no se producirá un correspondiente avance futuro, puesto que los mensajes no pueden enviarse con mayor rapidéz que la velocidad de la luz.
  Hace doscientos años se tardaba tanto en ir desde Liverpool a Londres como ahora se tarda en ir desde la Tierra a la Luna.  Cambios muy parecidos  se han dado en los recursos energéticos al alcance de nuestra civilización, en la cantidad de información que se almacena y procesa, en los métodos de producción de alimentos y su distribución, en la síntesis de nuevos materiales, en la concentración de población que se ha movido desde el campo a las ciudades, en el enorme incremento de la población, en las mejoras de la práctica médica y en el enorme trastorno social.
  Nuestros instintos y emociones son los mismos de nuestros antepasados y primitivos cazadores de hace un millón de años.  Pero nuestra sociedad es asombrosamente diferente a la de hace un millón de años.  En épocas de cambios lentos, los conocimientos y habilidades aprendidas por una generación son útiles, probadas y adaptadas, y se reciben gustosamente cuando se pasan a la generación siguiente.  Pero en épocas como la actual, cuando la sociedad cambia extraordinariamente sólo en el curso de una vida humana, los conocimientos paternales ya no tienen validez alguna para los jóvenes.  El denominado abismo generacional no es más que una consecuencia del índice de cambio tecnológico y social.
  Incluso en el transcurso de una vida humana el cambio es tan grande que muchas personas quedan aisladas de su propia sociedad.  Se describe a los ancianos de hoy como involuntarios inmigrantes del pasado al presente.
  Los viejos supuestos económicos, los antiguos métodos de decisión en cuanto respecta a los líderes políticos, los vetustos métodos de distribución de recursos, los de comunicar información desde el Gobierno al pueblo -y viceversa-, todos pueden una vez haber sido válidos, útiles, o al menos adaptables, pero actualmente quizás ya no posean ningún valor de supervivencia en absoluto.  Todas las viejas actitudes opresivas y chauvinistas entre étnias, entre sexos, y entre grupos económicos están cambiando justificadamente.  Está rasgándose la tela social que cubre el mundo.
  Al mismo tiempo, hay intereses creados que se oponen al cambio.  Incluyen a individuos que están en el poder y que tienen mucho que ganar a corto plazo manteniendo los antiguos métodos y formas de vida, aun cuando sus hijos tengan mucho que perder a largo plazo.  Son individuos incapaces de cambiar de actitud en sus edades medianas, actitud que se les inculcó, naturalmente, cuando eran jóvenes.
  La situación es verdaderamente difícil.  El índice de cambio no puede continuar indefinidamente.  Como así lo indica el ejemplo de las comunicaciones, es preciso alcanzar un límite.  No podemos comunicarnos a mayor velocidad que la luz.  No podemos tener una población que sea superior a los recursos de la Tierra.  Sea cuales fueren las soluciones que se logren, a partir de ahora transcurrirán centenares de años sin que la Tierra experimente grandes cambios y tensiones sociales.  Habremos alcanzado alguna solución a nuestros problemas actuales.  La pregunta es, ¿qué solución?
  En el terreno científico, una situación tan complicada como ésta resulta difícil de tratar teóricamente.  No entendemos todos los factores que influyen sobre nuestra sociedad y, por lo tanto, no podemos hacer seguras predicciones sobre qué cambios son deseables.  Hay demasiadas y complejas acciones recíprocas.  A la Ecología se la ha llamado ciencia subversiva porque, cada vez que se hace un serio esfuerzo para conservar una característica del medio ambiente, se tropieza con enorme cantidad de intereses creados tanto sociales como económicos.
   Lo mismo se puede decir de cada vez que intentamos realizar cambios de importancia en algo que va mal;  el cambio abarca a toda una sociedad en su conjunto.  Es difícil aislar pequeños fragmentos de la sociedad y cambiarlos sin ejercer profunda influencia en el resto de la sociedad.
  Cuando la teoría se hace imposible en la ciencia, entonces es preciso recurrir a la experimentación.  El experimento es la piedra de toque de la ciencia sobre la que se asientan las teorías.  El experimento es, explicado en otros términos, una especie de último tribunal de apelación.  ¡Y lo que sin duda se necesita son sociedades experimentales!
  Existe un buen precedente biológico para esta idea.  En la evolución de la vida hay innumerables casos en los que un organismo era claramente dominante, altamente especializado y perfectamente aclimatado a su medio ambiente.  Pero el medio ambiente cambió y el organismo murió.  Por esta razón, la Naturaleza emplea las mutaciones o variaciones bruscas.  La mayor parte de estas mutaciones son deletéreas o mortales.  Las especies que han variado son menos adaptables que los tipos normales.  Pero una entre mil o de cada diez mil, posee ligeras ventajas sobre sus padres.  Las mutaciones se multiplican y el organismo asi variado se encuentra ya mejor adaptado que antes.
  Creo que lo que estamos necesitando son los cambios o mutaciones sociales.  Quizás debido a que la tradición de ciencia-ficción asegura que las mutaciones son feas y odiosas, sería mejor emplear otro término.  Pero la mutación social -una variación en el sistema social que se puede multiplicar y que si funciona bien puede ser el camino hacia otro futuro- parece ser la mejor frase.
  Deberíamos estimular la experimentación social, económica y política, a gran escala, en todos los países.  Sin embargo, al parecer, está ocurriendo lo contrario.  En países como Estados Unidos y Rusia, la política oficial consiste precisamente en desalentar la experimentación porque desde luego, es impopular para la mayoría.  La consecuencia práctica es una desaprobación fuertemente popular de los cambios que puedan ser estraordinarios.  Los jóvenes idealistas urbanos inmersos en una cultura de la droga, con formas de vestir consideradas como grotescas según normas convencionales, y sin ningún conocimiento sobre agricultura, no es probable que obtengan el éxito en establecer utópicas comunidades agrícolas en el Sudoeste de Estados Unidos, incluso sin estas comunidades experimentales, en todo el mundo han estado y están sujetas a la hostilidad y violencia de sus vecinos más convencionales.  En algunos casos, los vigilantes se encolerizan porque, en el fondo, rechazan todo cuanto se les ha inculcado la generación precedente con respecto a los convencionalismos.
  Por tanto, no deben sorprendernos que fracasen las comunidades experimentales.  Tropiezan siempre con enorme oposición.  Sólo se dá un pequeño número de mutaciones.  Pero la ventaja que tienen las mutaciones sociales sobre las mutaciones biológicas es que los individuos aprenden;  los participantes en fracasados experimentos comunales pueden valorar las razones del fracaso y en posteriores experimentos tratar de evitar las razones del fracaso inicial.
  Los voluntarios para dichos experimentos utópicos -al enfrentarse con situaciones muy extrañas y hasta peligrosas en beneficio de la sociedad- creo que han de considerarse como hombres y mujeres de gran valor, de un valor realmente ejemplar.  Son como el rompehielos que se abre paso hacia el futuro. 

  Un día surgirá una comunidad experimental que funcione mucho más eficazmente que la sociedad políglota, correosa, y llena de parches en que estamos viviendo.  Entonces tendremos ante nosotros una alternativa viable.
  No creo que haya nadie hoy día lo suficientemente sabio como para predecir cuál será el futuro de tal sociedad.  Puede que haya muchas y diferentes alternativas para cada una de ellas, por supuesto, con más éxito que la penosa y triste variedad que actualmente vivimos.
  Un problema intimamente relacionado con éste es que las sociedades no occidentales, subdesarrolladas, carentes de toda tecnología, viendo el poder y la gran riqueza material de Occidente, están haciendo enormes esfuerzos por imitarnos, abandonando así muchas antiguas tradiciones, y formas de vida realmente importantes.  Hoy día sabemos muy bien que algunas de esas alternativas que se abandonan contienen elementos para las otras alternativas que buscamos.
  Debe haber alguna manera de conservar los elementos adaptables de nuestras sociedades -dolorosamente logradas a través de milenios de evolución sociológica-, mientras que, al mismo tiempo, es preciso aceptar la tecnología moderna.  El problema principal y más inmediato es extender los logros tecnológicos a la vez que se mantiene la diversidad cultural.
  Algunas veces se estima que la propia tecnología constituye un problema en sí.  Yo sostengo que el error reside en el mal uso que hacen de la tecnología los líderes de las sociedades, elegidos por métodos democráticos o, simplemente, a dedo, como hoy día se dice.  Si tuviésemos que volver a primitivas tentativas agrícolas, como algunos sugieren, viéndonos obligados a abandonar la tecnología agrícola moderna, condenaríamos a muerte a centenares de millones de personas.  El problema está en usar prudentemente la tecnología.
  Por razones muy similares, la tecnología debe ser un factor principalísimo en sociedades planetarias más antiguas que la nuestra.  Considero probable que esas sociedades que son infinitamente más sabias y benignas que la nuestra, sin embargo, gozan de una tecnología mucho más avanzada que la terrestre.
  Nos encontramos en un momento de transición en la historia de la vida sobre la Tierra.  No hay instantes más peligrosos, pero también es verdad que ni hubo ni hay momentos tan prometedores para el futuro de la vida en nuestro planeta.

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